
Verlos entrenar es impactante. Manejan la silla de ruedas con mucha agilidad. Su rumbo en la cancha de básquet tiene como único destino el aro. Avanzan, frenan, giran y ganan la pelota. Prueban al aro y pierden. La secuencia se repite. Avance furioso, frenada para pensar, giro para despistar. Una y otra vez las escenas se recrean sobre los zócalos opacados por el polvo y el hollín del club de San Cayetano y del Complejo Ledesma.

Los basquetbolista que desafían al aro desde sus silla de ruedas hacen mucho más que un deporte. Jugar al básquet para ellos es hacerle un triple a la vida. Es ganar por goleada una batalla que el destino no les preguntó si querían lucharla. Algunos de los jugadores no pueden usar sus piernas, otros pueden, pero no de la mejor manera.
Los une esa incapacidad que, ante los primeros diagnósticos médicos, les carcomía la mente y el alma. Pero el tiempo, la búsqueda y la gente que se cruzó en el camino se unieron para transformar la incapacidad en una capacidad distinta.
Condiciones:

Los motivos médicos por los que los jugadores practican básquet en silla de ruedas, son variados. Poliomielitis, accidentes de tránsito y mielomeningocele atacaron las extremidades.
Verlos entrenar es una cosa. Hablar con ellos acentúa el cimbronazo visual inicial. Lo que hacen parece muy simple, pero es el doble de complicado para ellos y no por su capacidad distinta.
Sucede que tanto FADIT (Fundación Atletas Discapacitados de Tucumán) como la Asociación Civil Club para Atletas Discapacitados entran a la cancha con varios triples de desventaja. Por ejemplo, FADIT participó en un triangular en Córdoba, por la tercera división de la Liga Nacional.

El grupo coordinado por Ramón Muro, disfrutó haber participado en la competencia, pero chocó con una dura realidad: el escaso apoyo con el que cuentan. En otros lugares, el panorama es diferente. Los jugadores destacaron que el triangular fue impulsado por el vicegobernador cordobés, Héctor Campana. Las delegaciones se alojaron en el renovado estadio «Mario Alberto Kempes». FADIT sólo tuvo que preocuparse por el traslado.
La Asociación Civil Club para Atletas Discapacitados también tenía intenciones de participar. Un error administrativo se lo impidió, pero el grupo de Luis Budini hizo las averiguaciones para costear el traslado. La cifra de $6.000 se convirtió en otro golpe que les hubiese impedido viajar.
Antes de salir a la cancha la derrota parece inevitable. Las sillas de ruedas hacen la diferencia. Armados con sopletes y múltiples herramientas los jugadores acondicionan deportivamente las sillas de uso cotidiano. Los rivales, en cambio, cuentan con sillas de competencia. El hierro de los pesados caños made in Tucumán, contrasta con el sobrio aluminio esmaltado.
Los dos grupos predican lo mismo. Aunque no tengan las sillas adecuadas, aunque falte un medio de transporte y hasta un lugar para entrenarse, ellos seguirán siendo protagonistas de una actividad que enciende el espíritu deportivo.
San Cayetano, sede del sueño de FADIT:

En el corazón de San Cayetano se encuentra el club del barrio. Ese es el lugar que encontró Ramón Muro para que FADIT (Fundación Atletas Discapacitados Tucumán) pueda entrenar. Aunque no deja de temer que, como él dice, vuelvan a ser mochileros que van de lugar en lugar, pero por el momento están cómodos.
«Yo quedé en silla ruedas cuando tenía tres años. En un viaje a Buenos Aires conocí el básquet», recordó el origen de su historia deportiva.
«Con unos chicos tucumanos formamos el equipo. Necesitamos gente que se acerque a colaborar y que se arriesgue», suplica el hombre de 55 años. El pedido tiene esperanza porque los hechos lo permiten. «Estamos más cerca ya que en nuestra camiseta nos auspicia una empresa. No pretendo mucho porque esto comenzó hace sólo tres años», explicó. ¿De qué se sienten más cerca? Del sueño: tener su cancha propia.
Muro sigue reclutando gente. Y lo hace siempre. Por eso cuando vio a Luisa Sales la invitó a sumarse al grupo. «Hace dos años y medio lo conocí. Esperaba el 17. Yo tenía un bastón y me invitó», recordó. La jugadora hizo un esfuerzo con la memoria y volvió a su niñez. «A los 6 años fui a rehabilitación, pero después nunca más porque me daban miedo los chicos que iban y lloraba», recordó.
Ser blanco de las bromas es lo único que debe temer. «Una de las mejores fue en un viaje cuando apareció Ramón de repente y le preguntamos: ¿en qué momento llegaste? Respondió: llegué en puntitas de pie por eso no se dieron cuenta», explicó Mario Osores. «No nos faltamos el respeto, pero hacemos bromas. Tratamos de vivir lo mejor posible», resaltó. No es fácil, pero es posible.
Nada se termina, todo puede empezar:

En el Complejo Ledesma, el piso de una de las canchitas -es la más pequeña de todas las de básquet- recibe la fricción de las ruedas del equipo de Luis Budini. Los jugadores de la Asociación Civil Club para Atletas Discapacitados practican tres veces por semana.
«Todas las canchas de Tucumán tienen parqué y no nos permiten jugar porque las cubiertas de las sillas lo manchan», resaltó Budini. En cambio, el suelo de la canchita al aire libre del complejo no sufre por una manchita más que tenga. El escenario es aceptable para que cada uno de los jugadores muestren su talento y compartan sus vivencias.
Así lo hace Marcos Sotelo. Lo que halló en el grupo fue más que una manera de darle un mimo a su cuerpo. «Me ayudaron a mí y a mi familia a superar la discapacidad. Pude conocer todas las opciones habidas y por haber. Entendí que la vida no termina con un par de muletas, en silla de ruedas o con una mano o un brazo menos», expresó.
Algo similar le sucedió a Diego Villafañe. «Como todos los que tienen un accidente, pensé que no iba a poder hacer nada de nada», afirmó. A sus 15 años se topó con un horizonte difícil que superó gracias al deporte. «Pasaron dos años. No hacía nada y por el hecho de empezar a hacer deportes volví a la escuela», recordó Villafañe, 18 años después del accidente.
Puertas que se cierran:
A Omar Gómez la poliomielitis lo dejó con secuelas en sus piernas. «Yo tenía un año y ochos meses cuando la enfermedad me afectó. No sólo con la cuestión deportiva se nos cierran muchas puertas; también en lo laboral. Trabajé de ambulante y ahora ya me quedé. Estoy loco por hacer algo», reveló.

Nota de: MARIANA APUD
Redacción de LA GACETA
mapud@lagaceta.com.ar
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